Hace unos cientos de años, vivía un pueblo en la orilla del río Pará. Este pueblo crecía de manera acelerada y la comida empezaba a escasear. El jefe de la tribu, Itaki, tan preocupado por el crecimiento de la población, decretó que no se podía tener más hijos y que a partir de entonces, el niño que naciera sería sacrificado. Al poco tiempo, la hija de Itaki quedó embarazada. Su padre, entristecido por su decisión, decidió que su nieto debía correr la misma suerte que los demás.
La hija, Laçá, rezaba a Tupá, Dios, que le mostrara a su padre un alimento que pudiera salvar a la tribu y que su padre aboliera el sacrificio de los recién nacidos. Pero nació la hija, y nada más ser amamantada fue arrancada de los brazos de Laçá y sacrificada. Laçá se encerró en la choza y enloquecida del dolor, dejó de comer y se pasaba día tras día llorando.
Una noche, pensando que escuchaba el llanto de su hija, muerta, salió a la Selva para seguir aquel sonido que para ella le resultaba tan familiar. Adentrándose en la selva, encontró a su hija bajo una esbelta palmera. Cuando la abrazó, la imagen de su hija se desvaneció.
Al día siguiente, encontraron, a Laçá, muerta, con una sonrisa en los labios y los ojos abiertos mirando hacia arriba dónde se podían ver un montón de frutos morados. Ordenaron bajar los frutos y los amasaron para sacarle el jugo. El jugo que obtuvieron, pronto se convirtió en la solución de la hambruna que pasaba la tribu. Itaki, llamó a la fruta Açal (el nombre de su hija al revés) en memoria a su hija y eliminó la prohibición de tener más hijos. Actualmente, la población recibe el nombre de Belem y se encuentra en el estado de Pará, Brasil.